I
-¡Deja
de joderme la existencia! Te arrancaré de ahí, de tu rinconcito idiota, me
importa poco si te secas. Te abandonaré en la coladera para que sirvas de
alimento a las hormigas.
Podría aparentar que cada vez soy más enérgico en mi odio, pero es todo lo contario, me cansa y siento que realmente estoy lastimándola y me duele a mi también. Quisiera asegurar que me escucha y comprende todo lo que le digo, pero me han dicho que no es así, y que mis elaborados insultos son fútiles.
Mis
recuerdos de esta bola de tejido orgánico en la infancia son vagos, recuerdo
que mis padres colocaban mi cama debajo de ella, en donde convergen
las paredes y el techo, donde siempre ha estado, en el tercer cuarto del casón al subir la escalera de caracol. Ese cuarto
siempre ha sido un lugar oscuro, y ahí ella estaba presente,
sobre mí, proyectando su sombra coniforme; a los once años fue cuando empecé a
darme cuenta que por las noches me bañaba en un líquido extraño y dulce, que
posteriormente me inducía un sueño tan pesado que apenas podía sentirlo mojando
mi cuello.
No fue
sino hasta mis veinte años que dejé de dormir con ella allá
arriba, pasaba días sin regresar a casa hasta que finalmente decidí vivir fuera
de ahí para habitar en las estaciones del metro. En esas ocasiones no podía
diferenciar el día de la noche, pero podía intuir algo al observar cuánta gente
subía y bajaba a determinados momentos. No sé si pasaron semanas, meses o años,
confío más en que fueron años, mucho tiempo fue el que duré buscando escalones
para salir de las estaciones, tras mi frustración decidía cruzar por las vías y
sólo llegaba a otra estación, muchas veces apunto de ser arrollado y destazado
por los vagones. Esto ocurrió indefinidamente, sin poder dormir, sabía que
necesitaba hacerlo pero no podía, fue ahí cuando comencé a odiarla, ¿me hizo
adicto a sus fluidos, o solamente era la necesidad de verla sobre mí, acechando
y esperando liberar su esencia? No podría afirmar cuál era mi diagnóstico pero
sí puedo garantizar que el hecho de querer verla de nuevo ya era una sed
implacable.
Me
desagrada narrar aspectos insignificantes, así que omitiré la parte de mi
relato en la que logro salir de las laberínticas estaciones, a fin de cuentas
estoy fuera y eso es lo que importa. Tampoco me interesa hablar mucho de
personas, por lo que me reservaré igualmente de describir a las personas que me
trajeron de vuelta al casón de mis padres, muertos hace buen tiempo, según me
informaron.
Cuando
entré, el polvo se levantaba a cada paso que ejecutaba, me dirigí sin pensarlo
más de una vez a la escalera de caracol, la abordé y le provocaba vibraciones
que no le eran comunes, como amenazando sobre su fragilidad. Pronto me
acostumbré a estas vibraciones y llegué al último piso, al tercer cuarto, entré
y la encontré en ese rincón, sola, menos brillante, la toqué y sentí una
aspereza nueva para mí, como pómez o un alguna piedra cálcica. La froto y la
acaricio, tratando de quitar esa capa de dureza, pero temo que se pueda
desprender de su rincón. Tomo la iniciativa de no molestarla más y me acuesto
debajo de ella, supongo que el proceso será similar al de mi
infancia y mi adolescencia, hay que acostarse, esperar a que emita el líquido y
que caiga en mi frente, es más, esta vez incluso abriré la boca para que el
efecto sea inmediato.
No creo poder soportar más
tiempo, sigo sin dormir y la estúpida bola tisular no emite nada, ni una gota,
ni gas, nada. El odio regresa y la amenazo: “’¡Deja de joderme la existencia!”
II
Sé que
no me escucha, como ya les había aclarado, así que coloco una cubeta invertida
y apoyo las plantas de mis pies sobre su base, me acerco y, aunque esta vez sí
lo pienso varias veces, deliberadamente la arranco de ahí. Quedan unos cuantos
fragmentos adheridos al techo pero petrificados también. ¡Qué triste es verla
seca! Es triste saber que no servirá más para mí; la tristeza es por mí, no por
esa jodida bola.
La
tomo entre mis brazos y me acuesto con ella desahuciado, su
cercanía me permite percibir su olor, que me atrae, ya sea por el simple
embrutecimiento animalizado de querer dormir, el arco reflejo de su presencia
onírica. Algo es, pero ese olor me inclina hacia ella y con mi
lengua humedezco su superficie, por uno y otro lado, y poco a poco va perdiendo
su dureza, se torna flexible y mojada nuevamente, continúo con mi lengua y mis
labios, de manera meramente sexual. Me retiro las ropas y me excita sentir su
rugosidad jugosa uniéndose a mi pecho, a mi abdomen y a mi entrepierna, donde
ya no es necesario sujetarla con las manos, parece tener movilidad propia y me
estimula. Siento dolor y placer, siento sueño y vigilia, siento cuerpo y
espíritu.
Este
delicioso efecto de mi conjunción con ella jamás lo imaginé,
el vigor que se inyecta en mis músculos lo siento emanar de mis poros, y a
través de mi piel brotan mis venas hacia ella y se encajan
como los colmillos del murciélago, nos constituimos en un mismo ser, me cubre
su cónica figura y me encierra entre sus fluidos tal vez para siempre. Oigo el
metal de la escalera de caracol derrumbándose, siento los tubos vibrar, rayando
casi en el borde de mis oídos, y me da satisfacción saber que no necesitaré más
de esos escalones endebles. Me recluye, pero siento que puedo ver todo mientras
duermo, veo el pasado y vislumbro el futuro, ¿quién habría especulado que mi
odio era amor y que este daría miles de frutos nutritivos y venenosos a la vez?